LO QUE APRENDÍ

LO QUE APRENDÍ

Por: Ismael Illescas Ramírez.

La única forma de honrar sus enseñanzas es la aplicación de los métodos y consejos que me dio de joven. Es también, formar a diferentes grupos de jóvenes que se me han acercado para aprender. Recuerdo cuando la curiosidad me hacía observarlo con detenimiento, sus manos eran virtuosas al ejecutar los instrumentos. Mi timidez no permitía que me acercara y él, con una voz cariñosa me dijo: “¿Te gusta?”, con la sonrisa nerviosa asenté un sí.

Me invitó a que pasara a ver (y para mi conocer) los instrumentos musicales de la banda. Guitarras, batería, bajo, no podía seguir enlistando las lustradas bellezas que emanan sonidos. Tenía tan solo trece años, era mi primer acercamiento a un mundo distinto al que vivía.

– ¿Cuál te gusta?

– Ésa guitarra roja – le respondí.

– ¿Sabes tocar?

– No

– Mmhh… ¿te gustaría?

– Si, me encantaría.

Mi emoción creció porque ese músico al que siempre admiré me iba a enseñar los secretos de la guitarra.

La banda contaba con diez años de trayectoria y había logrado reconocimientos importantes en el país, llegar de forma inesperada a su casa de ensayos fue pura fortuna. Teníamos mes y medio de haber llegado a esta zona de la ciudad.

Empecé a aprender a tocar la flamante guitarra roja, me tendió su mano y todos los días a las cinco de la tarde salía de casa rumbo a donde se reunían a ensayar.

Cada ensayo era un concierto de primera fila con el más fan de sus canciones. Varias veces se detenían para explorar los tonos idóneos de las nuevas canciones.

Los otros integrantes nunca me corrieron, al contrario, siempre me preguntaban de como se escuchaba. Les decía que bien.

– Toma la guitarra roja y trata de imitarlo. – me decía el baterista.

Fueron pasando los meses y cada día me sentía más pleno y seguro de tocar la guitarra roja. Llegó el día en que el líder de la banda decidió incluirme como parte de la agrupación.

– Estás listo para debutar con nosotros, vemos el empeño que le pones cada vez que ensayas.

– No lo sé, estoy nervioso. Me has enseñado de una manera en que disfruto cada canción cuando la ejecuto, no quisiera que el miedo al público me venza y no pueda tocar.

– Si pasa, no te preocupes. Confía en ti, en lo aprendido, en lo que te he ensañado y lo que te han aportado los demás compañeros.

– Gracias.

Llenó mi confianza como nadie, creyó en mí y me preparó para ese primer concierto.

El día había llegado, vencí el miedo del debut y el público no paró de aplaudirme.

Él, con su gesto amoroso se acercó diciéndome: “lo lograste, los has cautivado, estoy orgulloso de ti”.

Descansamos dos semanas después del día memorable. Retomamos los ensayos y una tarde en que llegué antes que lo demás compañeros, el maestro me dijo:

– Llevas una parte de mi en tus ejecuciones y con el tiempo perfeccionarás lo que te he enseñado. Trata de ser luz en quienes ven en ti un ejemplo de inspiración y en los que ven en ti el guía de una vida diferente.

Me quedé callado, no le respondí. Como aquel niño tímido, volví a asentar con un sí la cabeza.

El Maestro lleva dos años de fallecido, me duele su ausencia porque fue mi segundo padre, el padre que me enseñó la vida musical. La banda se ha ido desintegrando quedando los éxitos de las canciones donde pudimos unir nuestros talentos.

Todos los días llegan niñas, niños y jóvenes a casa, les enseño a tocar algunos instrumentos musicales, en especial la guitarra. En la pared está colgada la flamante guitarra roja que siempre me acompañó. Veo en la infancia la ilusión de disfrutar de la música, con voz cariñosa les digo que ensayen.

Enseño lo que aprendí, es la única forma de honrarte Maestro.

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Redacción

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