“EL HUATUSQUITO” EL TREN QUE NO LLEGÓ A HUATUSCO
Coscomatepec, Ver.- Antes de la carretera Fortín-Conejos, Coscomatepec y Huatusco utilizaban el “Camino del Virrey”, fuera a lomo de mula, o en automóvil. La principal ruta en la zona sería la de “El Huatusquito” que iba de Córdoba a Coscomatepec, pero que nunca llegó a su destino, Huatusco. Esta es su historia.
Aunque lleva su nombre “Huatusquito”, en realidad dicho tren nunca cumplió su misión, que era llegar hasta esta ciudad y abrir a su vez, la ruta que partiría de Xalapa a esta ciudad. El comercio a través del ferrocarril se vio limitado a Coscomatepec. Llevar productos hasta la ciudad de las chicatanas vía terrestre era imposible en temporada de lluvias y el proyecto como tal no prosperó.
Antes no existía la carretera federal a Xalapa, que pasa por Fortín-Chocamán-Coscomatepec-Huatusco-Totutla y Tlaltetela, los caminos de terracería permitían la circulación de autos pero era común que las unidades se atascaran. Los de “herradura” implicaban aun más aprietos que los caminos.
El ferrocarril fue la respuesta obvia al problema de los de por sí escasos caminos, por lo cual, se elaboró el proyecto encabezado por el capitán Porfirio Díaz, hijo del dictador, que junto con el ingeniero Armando U. Santacruz y Alberto Herrera Olivier, comenzaron los trabajos a inicios de 1900.
EL NACIMIENTO DEL HUATUSQUITO
El Huatusquito fue un proyecto de gobierno el cual consistía en la construcción de una vía férrea que uniría a Córdoba y Huatusco, pasando por tres puentes de considerable altura, el de Chocamán, (Xuchitl); el de Tomatlán, (Tezonapa) y el Jamapa, en Coscomatepec. La construcción del paso de Tomatlán rebasó el presupuesto y ya no se completó el circuito.
A inicios del año 1900 se empezó la construcción de El Huatusquito, por una sociedad privada, que dirigía Julio Limantour, pero por cuestiones económicas, se atravesó la Revolución Mexicana y lo vendieron al Ferrocarril Mexicano.
EL proyecto presentó varios problemas desde su construcción, como el simple hecho de haber adquirido máquinas que no se podían acoplar a los rieles, además que un tramo, de 3 pies, pertenecía a la empresa The Jalapa & Córdoba Ry y el segundo, de 2 pies, al Ferrocarril Mexicano.
Existían a lo largo del recorrido de 32 kilómetros las llamadas paradas de bandera, que eran en la calle donde hubiera gente, ellos agitaban los brazos, hacían señales al maquinista y él paraba. No era una parada oficial. Las paradas llegaron hasta Coscomatepec.
El legendario tren lo integraba una máquina de vapor abastecida por seis tinacos de diez mil litros de agua cada uno, que eran llenados a su paso por las estaciones, seguido del vagón Express, que llevaba correo y paquetería custodiada por soldados, continuaba un furgón de carga cerrado y finalmente hasta tres vagones de pasajeros y un cabús.
Su viaje final fue despedido en la estación de Coscomatepec por los alumnos de la escuela Nicolás Bravo, quienes le cantaron “Las Golondrinas”; hubo un discurso, remembranza de su trayectoria y José de Jesús Vargas, jefe de la ruta ferroviaria hizo su último inventario del tren.
VIAJANDO EN EL HUATUSQUITO
Desde las cinco de la mañana había que levantarse para asearse y desayunar, aunque no se tuvieran ganas, al fin que generalmente nuestra mamá procuraba llevar algunas frutas o panes compuestos para el trayecto. Habla Nahúm Genaro Solís Heredia, cronista de Coscomatepec, quien no fue operador del Huatusquito, pero si un distinguido pasajero. Este es un extracto de su viaje asiduo en el tren.
El subir al tren no era simple en Coscomatepec, refiere el historiador en su Coscomatepec, Arcón de Recuerdos. A las seis de la mañana salía el camión de “Las Márquez” a recoger personas que iban a viajar y que de antemano, habían ido a avisar a las dueñas del camión para que pasara por ellas.
Después de los movimientos necesarios de la máquina, “yo decía que se ponía a practicar para que no se le olvidara, salía el trenecito y nosotros en él, rumbo a Córdoba, eran las 7:00 o 7:30 de la mañana”, externa el cronista en su obra.
El suave vaivén del trenecito y su arrullador traca traca, traca traca, hacía que nos durmiésemos un poco, ya tranquilos junto a nuestra madre. Pasábamos lentamente una a una las estaciones, Tomatlán, Chocamán, Monte Blanco, La Capilla y San Antonio. Habíamos llegado a Córdoba.
Todo el camino era precioso, los verdes cambiantes de la arboleda, los azahares purísimos desparramándose, a veces entre el follaje semiocultas las bellísimas pomarrosas o las diversas frutas de la estación.
Había en el recorrido un momento que casi todos esperábamos, especialmente la chiquillada, el paso de la barranca, era el momento cumbre, ejercía en todos creo yo, una fascinación indescriptible.
Era un momento casi sagrado, nadie hablaba, no se escuchaba ni una mosca, todo era un silencio augusto, como si el mismo trenecito fuese caminando sobre la cuerda floja, algunas personas cerraban la ventanilla, otros en cambio pedíamos asomarnos.
Recuerdo que a los que se nos condecía esta suerte, mamá nos sostenía del cinturón para que no nos cayésemos, en tanto que nosotros, sacando la cabeza, nos deleitábamos contemplando el río en el fondo de la profundísima barranca.
Al final de los carros de segunda iba el vagón de primera, el “Pullman”, en el viajaban las familias pudientes, los ricos, eran unos asientos individuales acojinados forrados de piel negra, en tanto que los de segunda, los asientos eran sendas blancas largas a ambos lados del carro, mientras que los pasillos iban llenos de cajas, canastos, huacales, animales de pluma.
Por fin, después de toda esa maravillosa odisea, nuevamente estábamos en casa, donde después de platicar acerca del viaje cenábamos y a dormir plácidamente, con una sonrisa de felicidad sobre la faz…Sobre la mesita de noche descansaban las cajetas en multicolores cajas o las cajas de camotes que al otro día repartiríamos entre familiares y amigos como un recuerdo de nuestro viaje en nuestro Huatusquito.